jueves, abril 30, 2009

TresResumen y un ensayo sin ensayar. Evidencias de la mera mera educación.

DAVID SANTIAGO RODRIGUEZ DE VEGA


El se resbalo delante de mí, no fueron las anfetas fueron los hombres de gris.


El dormía en un andén, esas aceras que fueron diseñadas para caminar, ella lo levanto y le dijo que cogiera el bus, que ella cogía otro, que no se durmiera, que llegara a su casa y sirviera tinto, que escribiera lo que tenía que escribir para mañana.

Se levanto del cemento helado y en un estado de somnolencia que se asemeja a los inexplorables efectos del opio, se agarro de la manija y trepo a la maquina, paso la registradora sin marcar y pago con el billete de mil que tenia, lo único que les quedaban eran dos mil pesos, el cogió mil y ella el otro billete con la cara de Gaitán, que se quedo abajo viéndolo partir.
Se sentó en un puesto vacio y oscuro, del lado de la ventana, si se quiere: una serie de errores consecutivos, si no, un rumbo extraviado en la noche que se le ocultaba misteriosa. Su mochila negra golpeo el piso metálico de la bestia motorizada, con ella unas gafas de miope, una cajetilla de peches, cepillo de dientes sin estrenar adquirido vergonzosamente en un motel un Viernes Santo y algunas letras: Así Hablo Zarathustra del buen Friedrich, alguna recopilación de buenos cuentos de Mujica Láinez, Bioy Casares, Axpe, Greene, Bradbury, O’brien y hasta García Márquez, Una comedia griega “Los Caballeros” de Aristofanes, La Risa de Bergson, vaya mala compañía y una reescritura del articulo La Escuela en el paisaje moderno o algo por el estilo, que fue presentado por unos argentinos en un seminario en el noventa y tres. Saco estas últimas copias y se entrego a la tediosa tarea de leer en un bus oscuro, vibrante y caluroso, el resultado no podía ser otro: La infinita modorra se apodero de él y cayo dormido contra la ventana.
Seguramente en este periodo de pernoctación su cabeza produjo alguno que otro sueño interpretable, sin embargo, no poseemos registros de este, puesto que él no se acuerda que soñó, a pesar de lo cual, aseguró que fue un sueño excitante y provocador.
A mitad del camino se incorporo y pensó: Maldita sea, si me sigo durmiendo me voy a pasar. Intentó continuar con la lectura pero fue imposible, el bochorno lo debilitaba, ¿Desde cuándo en Bogotá montar en bus parece Cali? ¡Cojones! Demente y calentón globo terráqueo.
Cayo nuevamente abatido por el peso del día entero en sus parpados, sin reloj, sin teléfono, sin hombro donde recostarse paso dormido algunos metros distante de donde se suponía debía bajar.
Cuando se levanto vio tierra y tiendas cerradas, sintió el bus vibrante debajo de sus nalgas entumecidas y dormidas, observo a su alrededor, ni un alma, siguió el procedimiento común: Se puso de pie, se tambaleo por el pasillo, a pesar de la inmovilidad del bus que permanecía estático en la mitad de una calle en la mitad de la nada, timbro.
Timbro con más fuerza, no obstante, el timbre no sonó más duro.
Timbro, timbro y ante la puerta quieta que se mantenía cerrada se fue desesperando poco a poco, no estaba del todo despierto y fue una víctima fácil para el pánico depredador que se apodero de el cómo la escuela de la educación. En breves instantes y con una pesadez de muerte que le zumbaba en el coco arrastro hasta su encierro un justo razonamiento:
Que la puerta del bus no abría, porque el timbre funcionaba pero nadie lo escuchaba.
Ante la ausencia de sociedad el instrumento de comunicación perdió su sentido y su validez y se vio reducido a un simple Fiiis! Fiiis! Que solo escuchaba el comunicante.
Pero su claustrofobia no fue tímida y comenzó a gotear salada por su frente ante cada timbre sordo que nadie oía, miro las ventanas, quiso saltar, pero pensó en la adaptabilidad social que debería tener como actor de la comunidad, como célula y parte de un eco sistema lleno de pavimentos y motores que transportan, de letras y caratulas que también transforman, recordó que se durmió, que ella le dijo que no se fuera a dormir, el sabia en el fondo que eso era inevitable, lo supo siempre, lo sabía con exactitud desde que ella le dijo que no se durmiera, pero confiaba en que alguna casualidad azarosa lo levantara algunas cuadras antes de su destino, el azar había cumplido su parte, pero con demasiada anticipación, por eso se había vuelto a recostar contra la ventana. Ahora no podía saltar por la ventana, eso no hace la gente común.
Un bus es un lugar horrible, la gente se transforma en inertes masas de inexpresividad y las ventanas reflejan un mundo tan de mentiras que cuesta creer que sea verdad. Pero un bus vacio a mitad de la noche en la mitad de una calle a mitad de la nada, con un inexplicable motor prendido y una oscuridad de pura muerte era un lugar tres veces mas horrible, extrañaba esa gente, extrañaba esa inconsciencia colectiva extrañaba esa fe rotunda por el mundo como es, como me lo instauran cuando nací, pero no la extrañaba realmente, era mas bien como una mezcla de claustrofobias y soledades que repercutieron en acciones de liberación instintivas. Que rayos importaba si saltaba o no por la ventana, igual no había gente y a pesar de eso, la normalización lo aturdió y se dirigió confuso hasta la cabina buscando el medio de abrir la puerta, pues las puertas están hechas para salir por ahí, no las ventanas, las ventanas son para que no de calor y para que el bus se ilumine, sin embargo, el sentía calor, todo estaba oscuro y no podía salir.
Se encontró con un timón como de barco, una palanca de cambios y un hongo blanco que se desprendía del cuerpo de la maquina, intento arrancarlo pero este se encontraba fijo al chasis, entonces lo hundió, lo empujo y de este modo un sonido TSSS… roció el bus, supuso que la puerta se había abierto y camino por el pasillo, dados tres pasos se percato mediante sus sentidos cansados de varias cosas que no transcurrían con normalidad.

-La puerta estaba cerrada a pesar del TSSS…
-El bus empezó a rodar lentamente acelerándose hacia atrás.
-Atrás del bus esperando el choque de la gran masa que rodaba se encontraba nada mas y nada menos que una patrulla de la policía.
-Alguien afuera del bus grito: El bus! El bus! Policia!
Tras estas situaciones que se interponían ante su plan por abandonar el vehículo y por el contraria lo hacían todo mas complicado, reacciono instintivamente, retrocedió hasta la cabina y halo el mismo hongo blanco que antes había espichado, para su fortuna, el bus se detuvo sin impacto alguno, para su infortuna nadie noto eso. La puerta se abrió y una chaqueta verde brillante se adentro en el bus, empuñando una pistola negra que lo golpeo fuerte en el huesito de la mitad del pecho, donde se resguarda el ego, la adrenalina, el corazón rimbombante y la marihuana que le corría por las venas le ocultaron la sensación de dolor, que minutos mas tarde se apoderaría de el para no dejarlo dormir. El hombre de la chaqueta saco una esposa y la aseguro a su mano, después el otro extremo a la baranda del bus, la baranda del bus se hizo para sostenerse en vez de caer, el hombre siempre tan sospechosamente contradictorio transformo el uso de su invención, encadeno a otro hombre a la branda del bus y le grito con la autoridad que uno se gana luego de recibir por años los mismos gritos y los mismos golpes:
Que se quería robar el bus este hijueputica.

Empezó el diarreico proceso de justificarse ante la autoridad competente.
Que me había quedado dormido, que estudiaba, que había querido abrir la puerta, que como carajos me iba a llevar el bus si ni siquiera podía sostenerme en una bicicleta, que me había pegado durísimo hermano, que todo bien, que si me llevaba, después prendieron las luces, abrieron las puertas y por fin sintió frio, se subió otro policía y un flaco de camisa blanca que le dijo –Chino, se salvo de no pegarle a la patrulla o si no le hubiera tocado comenzar a pagar patitos.-
Se soluciono el malentendido la baranda del bus fue liberada del hombre y el mismo bus que lo aventó lejos de casa lo devolvería por mismo camino, todos los buses de la ciudad son cíclicos. Todo lo que no respire es un bus en potencia, la gente ya a mecanizado hasta el aire que emana, benditos olores fétidos que nos recuerdan las fosas nasales, saco las copias y se puso a leer, ya no tenia sueño, quien carajos iba a tener sueño después de semejante susto. Leyó y sintió el dolor del golpe, vio la ventana del bus tan absurda, tan desagradable, tan cómoda para dormir, los miro poseídos por una fuerza que ni siquiera el podía controlar, los miro adaptándose, socializando, en sus zapatos de goma y sus jeans sucios, pensó: Cada vez los detesto mas, bichos inservibles.
Llego a su casa, prendió la estufa, hizo tinto y se lo tomo, también hizo agua e’panela porque el tinto estaba muy agrio, se sentó a escribir y no tenia nada mas en su cabeza que el golpe en el origen del ego, le dolía, sangraba, pero el señor policía tenia derecho de hacerlo, que tal el hubiera sido un ladrón de buses, que tal el hubiera sido un asesino en serie, que tal hubiera sido un muchacho refundido en el mundo de las drogas y las siestas en lugares indebidos. El golpe y el tinto no lo dejaron dormir, por eso logro escribir algo.
Termino de escribir se levanto y se miro en el espejo, vio una cabellera prolongada hasta los hombros, criada en los años sesenta, pensó en Keith Richards, en su guitarra endiablada. Vio sus anteojos de miope y un arete de su hermana que le colgaba del oído, un saco, de lana porque protegía del frio, azul porque quien sabe que diablos hagan las ondas de la luz, su torpe reflejo no se distanciaba del todo ante la imagen absurda de la ventana del bus, ante la chaqueta verde brillante, ante la pistola que lo golpeaba en la mitad del pecho, ante la maquina absurda que fue a la vez: seno materno de reposo, reprensión paterna, oscuridad juvenil, claustrofobia rodante. Se acostó en la cama y cerro los ojos, esperando el demorado amanecer, el tinto ya no lo dejaba dormir y Charly sonaba suavecito en la grabadora. Dios es empleado en un mostrador, da para recibir…


Ya se había acostumbrado por inercia a la castrante educación.

DAVID SANTIAGO RODRIGUEZ DE VEGA


lunes, abril 20, 2009

Poema I - Logel Re

De La Serie: "Poemas para despues de leer" de Escribano Fomela Todda

Una manecilla avanzo e inmediatamente despues la otra hizo exactamente lo mismo, luego volvio a andar y la otra la copio de nuevo, asi ando varias veces, mientras que su homonima se trasladaba en perfecto contratiempo, maravilloso y desequilibrado caminar. Asi, de esa manera, el reloj cruzo la acera pero se detuvo al ver una luz roja que le indicaba cuando seria el momento en el que matarse pasando la calle seria menos probable matematicamente, claro esta, siempre que pensemos de una manera coherente.

Avanzo y avanzo por la estrambotica ciudad y se detuvo ante una puerta oscura iluminada por neon azul, saludo dejando escuchar solo un poco de su voz, y se adentro en la madriguera, tiritaba de nervios y el segundero se descuadraba con facilidad, se sento en la silla lateral y no miro a los ojos a nadie, despues se puso de pie, y las manecillas se axfisiaron nuevamente en su constante desplazar. Cerro un chapa metalica y bajo un switch, la oscuridad los ilumino con el calor de los cuerpos que se ven en su olor, se oyen en su respiracion, se aman en el condenado amor de las noches pasajeras, maldito amor, baje la voz y no maldiga.

Leche, vaso, vidrio, galleta, envoltura, Ducales, jarra, grumos, plato, vela, fuego, puuuf!, humo, pared, blanco, techo, marco, cielo, fiesta, cerveza, canastas, cielo, montaña, casa, sombreros, nata en la leche.

domingo, abril 19, 2009

Bergson, bergson.

Anecdotas y variaciones de los turnos nocturnos

Ernesto Moya trabajaba como celador en un edificio viejo construido en el centro de la ciudad, era un hombre con bigote, moreno y alto, de cejas anchas y misteriosa expresión.
Cuando en las noches lloviznaba y las calles parecían precipicios oscuros que tragaban gente, Ernesto Moya parecía que todo lo supiera.
No solía conversar en demasía, hablaba lo necesario y nunca se le había visto sonreír.

Johan Tres era gris y de ventanas cuadradas, sus cuatro pisos se levantaban agrietados entre el polvo y el cemento, cada uno con dos apartamentos pequeños en los que habitaban todo tipo de seres: un soltero practicante de medicina, una profesora de ballet, una señora educada de lo que no hay mucho por decir, dos prostitutas que vivían en el tercer piso y salían a trabajar a las ocho de la noche miércoles, viernes y sábados, amanecían por fuera o volvían a las tres apestando a tufo de whisky, vestían faldas cortas y medias veladas, a pesar de lo cual, procuraban que su oficio no fuese del conocimiento público. Cierta vez, la más joven le había dicho a Ernesto Moya que trabajaba en un casino, a él por supuesto, no le importo lo que esta le decía, la miro con indiferencia y prosiguió en su silencio continuo, ella trago sus palabras, subió por las escaleras hasta el trescientos dos, saco un llavero con la forma del globo terráqueo del cual pendían tres llaves plateadas, entro en su habitación, se rego en el tapete y pensó que en ocasiones (a pesar de lo que siempre le dijeron) el silencio no otorga.
En el último piso vivía una pareja de edad mayor que salía todas las mañanas embutida en dos sudaderas impermeables de todo tipo de colores ridículos que sonaban cuando estos caminaban, sujetando un collar largo y negro que en el otro extremo circundaba el cuello de un Schnauzer también negro, pero no tan largo como el collar que lo unía a sus dueños.
Del resto de habitantes Ernesto Moya conocía más bien poco, tenia treinta y cuatro años de existencia, pero no había vivido ni uno solo, desde que nació trabajaba para sostener a su madre, cuando Ernesto Moya era joven esta derrochaba todo lo que ganaba en la panadería bebiendo ron en las tabernas y seduciendo viajeros, ahora era muy vieja y había perdido gran parte de su visión, no se podía sostener en pie, después de servir en la milicia seis años Ernesto Moya decidió irse a vivir con su madre, regresó a la ciudad y consiguió un trabajo en una empresa de vigilancia. A la edad de veinticuatro años conoció Johan Tres, no tenía experiencia pero su pasado militar y su mirada poco amigable lo hacían propicio para el cargo, entro a trabajar allí, mientras encontraba un trabajo que le gustara, ya había perdido las esperanzas.
Se trabajaba en turnos de doce horas y se rotaba los días domingo, en los que había turnos de veinticuatro horas, un domingo trabajaba Ernesto Moya y otro domingo su compañero, así sucesivamente hasta sus respectivos despidos o en su defecto el fin de sus días. Desde que empezó a trabajar allí, Ernesto Moya había tenido aproximadamente una docena de compañeros, los cuales no continuaban a su lado por diversos motivos, unos eran poco amables, otros solían dormir en los turnos de la noche, otros fumaban, otros eran muy extraños, otros se morían, otros eran demasiado amables, otros fumaban otras cosas y otros simplemente eran demasiado normales. Era el cargo perfecto para Ernesto Moya, su perfil encajaba simétrico en la concepción de una persona que está lo suficientemente pendiente de las cosas como para advertirlas, pero también lo suficientemente alejado de ellas como para que no le importasen, su mirada callada no distinguía moral alguna, en la guerra ya había visto todo lo que no tenía que ver, se limitaba a saludar y acostumbraba tomar café.
Un mayo con vientos y lluvias recorría presuroso la ciudad, parecía que nunca vendrían tiempos mejores, Ernesto Moya recibía turno a las seis de la tarde como se acostumbraba, su compañero de hace siete meses lo esperaba con desgana en el edificio, Wilson Pino era su nombre, un hombre viejo, de blanca cabellera y de anteojos, después de darse un gran bostezo, lo miro subir por las escaleras que daban a la portería, le abrió la puerta de vidrio y refunfuñó: “Cinco minutos tarde, ve que no es un pecado, a cualquiera le pasa, mire como yo no me enfado” – Wilson Pino hizo una pausa larga, se quito las botas y se acomodo dos zapatos pequeños, levanto la mirada y observo a Ernesto Moya que en silencio acomodaba sus pertenecías en el baño, no había cerrado la puerta, continuó- “Le quedo café en la jarra, está caliente, hasta luego”.
-Hasta luego-, respondió Ernesto Moya quien recibió el juego de llaves que su compañero le tendió sobre su mano, se dirigió a la puerta y la abrió, su compañero camino hacia afuera y comenzó a bajar las escaleras frotándose las manos y exhalando vapor, el frio era terrible. Ernesto Moya cerró la puerta de vidrio y se sentó en la butaca de la portería, encendió la radio y se entrego nuevamente al tedioso oficio de esperar doce horas para salir de aquel lugar y comenzar a esperar otras doce horas para volver a entrar, se sirvió café y minutos después abrió la puerta a un señor que vivía en el primer piso, todos creían que vivía solo, pero Ernesto Moya guardaba en silencio el enfermizo secreto, vivía con su hija de veinte años a la que nunca dejaba salir a la calle.
La noche transcurrió tranquila, cerca de la medianoche una ambulancia paso por la calle del edificio, no llevaba la sirena encendida, el hombre somnoliento que la conducía estaciono unos metros más allá del edificio, apago la maquina y durmió hasta la madrugada, Ernesto Moya lo miraba mientras sorbía los últimos sorbos de su café, palpo la jarra vacía y se puso de pie, fue a orinar. En la mañana ya se había marchado la ambulancia y Ernesto Moya leía meditabundo y con paciencia un periódico, cuando percibió una silueta que se aproximaba desde adentro de Johan Tres a la portería, era Don Mateo, el viejo cascarrabias que administraba el edificio, era viudo, tenía como setenta años, le disgustaban los niños y los animales, y se había encargado de despedir uno a uno a la docena de compañeros que había tenido Ernesto Moya, exceptuando a Miller Urbano un joven extranjero que duro trabajando dos meses en el edificio, después llego la noticia de que se había suicidado por una jovencita, Ernesto Moya hablaba solo lo necesario con sus compañeros, pero sabía que Miller Urbano no se había suicidado, el sabia que lo había asesinado un familiar lejano para cobrar una herencia, no lo había hablado con nadie y no pensaba hacerlo, pensaba que la comunicación era un vicio inservible, ¿para qué comunicarnos si somos parte de un proceso de destrucción inevitable?, el conocimiento es efímero, terminara pudriéndose solo y triste en un pedazo de hielo que antes solía dar vueltas a millones de kilómetros por hora alrededor de una bola de fuego gigante que exploto, incinerando con ira a todos los seres que tuviera cerca, seres que antes vivían satisfechos, completamente seguros de que existían.
Don Mateo se acerco a la butaca en la que reposaba Ernesto Moya, venia en una bata azul con zapatillas de cama, no estaba afeitado y de su boca se propagaba un olor fétido a noche entera. Miro al celador a los ojos y le dijo con su voz ronca y lenta:
“Wilson Pino está enfermo, tiene pulmonía y no podrá seguir trabajando en el edificio, buscamos a alguien para reemplazarlo, mientras tanto le pido el favor nos colabore trabajando turnos de dieciséis horas con su respectiva remuneración, las ocho horas faltantes nosotros nos defenderemos como podamos.”
Ernesto Moya asintió con la cabeza y siguió leyendo el diario, Don Mateo sintiéndose a gusto como siempre con su simpleza, se devolvió a las escaleras que se lo devoraron oscuras y ascendientes. Esa mañana en las cuatro horas que le quedaban de trabajo se sirvió otra jarra de café y escucho la radio, ignorándola por completo.
Pasaron algunos días en los que Ernesto Moya cumplió puntualmente con su deber y se encargo en solitario de los turnos del edificio, una de las primeras mañanas de sol, Don Mateo bajo a la portería y le comento que ya estaba listo el reemplazo de Wilson Pino, que esa misma tarde le recibiría turno a las seis de la tarde como era costumbre en Johan Tres, Ernesto Moya no sintió absolutamente nada, ni siquiera el menor deseo, la menor transgresión, sus sensaciones permanecían ausentes, sórdido y frio, respondió: “Si, señor”.
Llego la tarde y con ella un hombre delgado de cabello corto, con mirada penetrante y voz gruesa, vestía chaqueta negra y aparentaba la seriedad apretada que simboliza los parámetros justos de la buena educación, saludo a Ernesto Moya y recibió las llaves que este le entrego junto a las explicaciones pertinentes que fueron mínimas y sencillas, este escucho atento y sin producir el menor ruido, sin cuestionarse la menor orden. “Entendido”, dijo. De alguna manera que Ernesto Moya no comprendía del todo, a ese tal Wilson Pino no le parecía rara y enfermiza su forma de expresar únicamente lo necesario.
Ese día Ernesto Moya marcho a su casa con un aire de satisfacción que le llenaba el pecho, no camino con la mirada clavándose con desgana en el suelo como siempre lo hacía, ese día miró a la gente que pasaba, les penetraba los ojos, los detestaba. De pronto paso una mujer que lo miro sin prisa, incapaz de sostener la mirada Ernesto Moya tocio su corazón acalorado, fingió que parpadeaba y corrió lejos y a toda velocidad, mientras tensionaba los muslos y mantenía el ritmo de su caminar pesado, sintió una pena extraña, algo que no debería sentir, pues su insensibilidad dormía en su cama por las noches, lo levantaba con un timbre agudo y repetitivo, cocinaba mal y repudiaba el anillo que no le había regalado a nadie, malditas mujeres hermosas que tienen el mundo a sus pies, malditos fantasmas.
Necesariamente suficiente.
Al llegar a su casa sirvió leche a su madre, se recostó en su cama pero sintió que hacerlo era un acto sin sentido, inútil, escucho los ronquidos de su madre en la otra habitación, la repudiaba por completo, le enardecía que ella pensara que por darle una vida que no escogió el debería sentirse agradecido y por ende ella tranquila, odiaba su tranquilidad, caminaba el desierto en busca de crisis absurdas que no existían en su vida en equilibrio, estado de inercia e inmovilidad. El frio metal esperaba paciente en el cajón de cubiertos de la cocina, pero él, nunca la iba a asesinar, no era de ese tipo de gente, el era de la gente que se dormía. Al sentir que el sudor lo asfixiaba se quito con desespero las sabanas de encima del cuerpo, respiraba agitadamente, huyo corriendo hasta la cocina y se refugió en la grata compañía de la soledad, tomo un trozo de queso y lo acaricio mientras que miraba por la ventana el día asomarse perezoso por detrás de las montañas que aun duermen, percibió algo fatal, imposible de no notar: después de que sintió un ligero zumbido en el pecho, su corazón había dejado de latir.
Menudo fin para el golpeteo constante de una vida que se consumió dándole cuerda al reloj para echar a andar el tiempo, culminación del bombeo de liquido rojo por entre arterias y venas tapadas o no por el humo del tabaco que fumo en el ejercito, arterias y venas que si hubieran sido de negro hubieran tenido fuego, como le gustaría ser negro, desenlace mentiroso.
Suficientemente necesario.
El día en que Ernesto Moya se dio cuenta de que estaba muerto, todo se consumió en ancho mar de intensas olas, desexistir, ser subversivo e insurgente ante la ingrata capacidad humana, ser poca cosa, sintió que lo rebajaban a pertenecer al selecto grupo de ser seres relegados y extinguidos, pero a la vez, despreciaba el hecho innegable de que fuimos niños, sabía que conocemos la salida, la escondemos y nos la negamos, nos cegamos, nos agrada no ver, nos agrada ser más sensatos, nos agrada agradarle al vecino, maldito vecino.
Corrió rápidamente al ascensor del edificio, apretó el botón blanco al lado del gran metal y una lucecita roja ilumino su torpe mano, el ascensor llego acompañado por un estrambótico sonido, sintió miedo, se alejo de aquella pesadilla material inventada por el mono evolucionado y subió las escaleras, se fatigo, sintió su corazón acelerado, el pánico necesario para sobrevivir, el diablo visitante, blanco. Anclo, no lo hago. Subió hasta la terraza, saco las llaves del bolsillo de su chaqueta y abrió la puerta que conducía a los tanques de agua, la azotea fatal.
Subió unas últimas escaleras y abrió una puerta mas, salió vomitado por el último paso que lo condujo a un cielo grisáceo, que lo acompañaba en su desespero, en su frustrado deseo de morir, en su mortalidad.
Ernesto Moya tomo la oportuna decisión de morirse a los tres segundos de vida, después de nacer ante el pánico inevitable que en ultimas le obligo a vivir su vida, su final fue inesperado, pero después de unos días nadie se volvió a preguntar por él, cosecho durante larga monotonía una explosión, ¡detonante! vaya palabrita, salto desde el onceavo piso y no cayó en una piscina, su cuerpo fue arrebatado por el impacto y reducido a tripas y sesos que se regaron en la calle, no más que simple desechos tóxicos fuera de su lugar, a la larga sobreviviendo no lograba más que ordenar las cosas, por eso se murió, por puro deseo de desordenarlas un poquito.
Nadie pregunto por él, excepto la señora de la que no había mucho por decir, como a los tres meses de que falleciera Ernesto Moya pregunto en cierto ocasión a Wilson Pino: ¿Que paso con el anterior portero? ¿Piensa quedarse de vago toda la vida?

sábado, abril 18, 2009




Flamenco de piel y cueros,
muchacho de ojos y sal,
cabellos, babas, timbal,
las cuerdas, los zapateos.
Regado joven eterno,
desde el fondo del mescal,
muerte voluntaria y risa,
mareo de vivo, muerto.

miércoles, abril 15, 2009

Universidad Pedagógica Nacional
Facultad de Artes
Pedagogía II Semestre


¿Qué es Patrimonio?

“Toda esa gente parada que tiene grasa en la piel, no se entera ni que el mundo da vueltas”
Podríamos sonreír pero eso implicaría tener que dejar de intentarlo, para hacerlo de verdad.
Feliz matrimonio de cemento o tinta entre el pasado y el presente, anzuelo del tiempo, perpetuación del espacio, canonización de alguna intención perdida en la liquidez irrefutable de nuestra naturaleza antinatural, huellas de pasos que ya dimos en la arena, podemos percibirlas y pretender que existen, pero nos ocultamos temerosos, tras la cortina que hacemos con las palmas de las manos: el inmenso mar de ira, que tarde o temprano crecerá y revolcara la playa, eliminara por completo nuestro rastro, pues aunque este es la muestra palpable de un proceso que nos (digamos…) soporto por algún tiempo, constituye también una falsa noción de atemporalidad que terminara por saturarnos de historia, el deseo tan de humanos y ratones de aferrarse a las cosas guiados por el ciego e insensible placer de poseerlas, afirmamos que incluso la música nos pertenece, la tenemos apiñada en un mueble que combina con el color del escritorio, de las cortinas, de la soledad con que nos abandonamos al mundo, con el color de nuestra depresión, de nuestra inercia extraviada en la rutina, y los relojes no se detendrán para darnos tiempo de sentir lo que jamás sentimos, pretendemos no aceptar lo inevitable: desapareceremos, no importa cuántas veces retrocedamos los relojes.
En nuestro afán por permanecer y pertenecer, aprendimos a dejar de sentir, creamos el lenguaje y después nos encadenamos a él, malditas palabras acostumbradas, predecibles, malditos te amo chiquita, malditos esto durara por siempre, maldito hasta que la muerte los separe. Somos desagradables, tememos lo que conocemos, tememos a lo único de lo que podemos estar seguros, pero tememos también a las calles oscuras, despreciamos con antipatía su inseguridad, la tememos a la noche, nos mentimos y ya lo olvidamos, tenemos miedo a morir, la muerte nos agobia pues hicimos de ella un acto sucio, le infundimos dolor y lagrimas, pero ni siquiera eso lo sentimos de verdad, encerramos nuestros cadáveres en cadáveres de troncos, nos amarramos a la vida con lazos de plástico que bombean oxigeno, por procurar preservar durante largo tiempo nuestra existencia, nos transformamos en maquinas de enfermedades, de peligros, de lagrimas de madre preocupada, dejamos de existir. No queremos hacernos daño porque esto representaría perder tiempo en la absurda carrera que nos devora desde que nos insertan a la fila de difuntos en procesamiento que diseñó la siempre inteligente humanidad, carrera sin rumbo, forzamos el proceso, tenemos afán, queremos vivir mucho y dejamos de hacerlo por completo.
“Cuando estaba presente, Andrei Efímich se sentaba en el diván, de cara a la pared, y escuchaba apretando los dientes. En su alma se iban depositando capas de un sentimiento de resquemor, y después de cada visita de su amigo sentía que el resquemor iba subiendo, hasta llegarle a la garganta. Para acallar los sentimientos mezquinos, trataba de pensar que él mismo, y Jobótov, y Mijaíl Averiánich, acabarían por morir tarde o temprano, sin dejar en la naturaleza la menor huella de su paso. Si dentro de un millón de años pasaba junto al globo terrestre, en el espacio, un espíritu, lo único que vería sería tierra y rocas desnudas. Todo -la cultura y las leyes morales- habría desaparecido; no crecerían ni siquiera cardos. ¿Qué importaban la vergüenza ante el tendero, el minúsculo Jobótov, la pesada amistad de Mijaíl Averiánich? Todo esto no era más que un absurdo, tonterías.Pero tales reflexiones no le servían ya de nada.Apenas empezaba a imaginarse lo que sería el globo terrestre dentro de un millón de años, cuando de detrás de una roca desnuda aparecía Jobótov con sus botas altas, o Mijaíl Averiánich con su forzada risa. Hasta creía oír un murmullo avergonzado: «La deuda de Varsovia, querido, se la pagaré uno de estos días... Sin falta.»”
Fragmento de “La Sala Numero Seis” de Anton Chejov
Danos señor un descanso eterno?, desfallecer con la tranquilidad de dejar un legado a la eternidad, cuando ni siquiera llegamos a percibirla, vivimos limpios, tememos ensuciarnos, la limpieza de los limpios abogados, no es mas que su propia mentira que se esconde bajo un vidrio empañado por el vapor de sus duchas calientes. En ese caso, yo me regocijo de mi suciedad, me baño en ella, suciedad purificadora, que me alivias de sus perfumes y de sus hipocresías, de sus tediosas reglas de etiqueta, de su afán por permanecer y de sus zapatos de charol. Saldrán apresurados a la calle pretendiendo vivir mucho, aparentan que son felices y que sus mascotas también lo son, a veces, en las noches de insomnio, observan a su lado izquierdo la cara de su esposa regada en la almohada, escuchan entre el silencio de gemidos ausentes sus ronquidos ahogados, el frio metal esperara con paciencia su turno en el cajón de cubiertos de la cocina y como la noche se hizo para descansar, no podrá dormir, se la pasara intentando sonreír, al día siguiente, se levantara, la saludara y ataviado hasta el cogote con la espuma del champú se dará cuenta de lo difícil que es.

Que no brille para ella la luz perpetua.

David Santiago Rodríguez De Vega

domingo, abril 12, 2009

Creo que morir es una sensacion, creo que vivir podria serlo pero ahora es algo mucho mas real.

Quiero tu lado salvaje, no quiero tu sonrisa hipocrita de visita familiar.
No quiero tu mesura, no quiero tu adultez.
Quiero tu desenfreno.
Quiero mi descontrol.
Quiero que ganes el jueves.

viernes, abril 10, 2009

Espejismo en la nieve (literal)

La sala numero seis, vecinos, el asesinato.
Los dejo en la grata compañia de Antoncito Chejov.

La limpieza es pobreza de espiritu, yo me regocijo en mi suciedad me sacio de ella. Pues no es suciedad, ellos la pervirtieron, como el aroma de los cuerpos puros se llega a convertir en un hedor repugnante? maldito sexo sin sentido.

miércoles, abril 08, 2009

Evas y Adan Muerto

Ellos contuvieron la respiracion y observaron detenidamente, ella caminaba, sonreia un poco y se intimidaba, ellos la raptaron y se la devoraron, ella se sento y cruzo las piernas, le tension de las miradas le robaba el cuerpo, pero se sostenia, en el fondo, sabia que era motivo del deseo intocable de los depredalleros, pero esa tambien era la causa de su poder, de su fuerza intangible, con lo que provocaran sus ojos (que hasta aquel momento escondia tras unas grandes, oscuras y redondas) podia hacer y deshacer, resumir en trizas a galantes varones que se desmoronan por su indiferencia, y levantar en sublimes altares de status, para despues arrojar despiadada, claro esta, hacia la caida inerte e inevitable, el golpe de tener que reconocer el hecho de que ella los domina a ellos, no por un par de piernas y algunos otros factores como ellos lo creen, sino por un cerebro un poco mas grande que el de ellos, por el cual ellos no han podido tocar nada ni de las piernas ni de los otros factores, pero que por su falta de sutileza nisiquiera se han preguntado si mostrando como ellos, las ganas insaciables de su instinto llamemos "humano", lograran acaso provocar en la mente de ella, que ya se encontrara kilometros enteros por encima de ellos, sabandijas inservibles.
Ella sera mas maliciosa y se quitara la tela que la cubre, con suavidad, siendo consciente de que todos los ojos la atropellan rebuscandola, se arrojara con una serie de movimientos que provocan tanto ternura como sensualidad, al charco gigante de agua con cloro, que hemos denominado piscina, en donde ellos y ella queman su piel con el sol y se "divierten mucho" pues estan de vacaciones.
Todos ellos aparentando el menor interes se quitaran la camiseta pretendiendo llamar la atencion de ella, cada cual con su respectiva estupidez, ella los ignorara condescendiente.
Entraran uno a uno al agua, se le acercaran como en un juego de movimientos no forzados, cuando todos esten adentro, ella saltara con picardia al borde, levantara un poco la rodilla y se pondra de pie, ellos observaran aniquilados los otros factores, ella caminara lentamente hasta su toalla, envolvera su cuerpo mojado, se dirigira a su habitacion y por la noche la invitara a tomar unas copas, sabra con claridad porque ninguno de ellos pudo salir de la piscina hasta despues de cinco minutos, entre sus carcajadas ella le contara que ellos son basicamente tan ingenuos. Oh noche calurosa.