jueves, diciembre 15, 2011

lo que hacemos al respecto

Manuel tomó la manzana entre sus dedos pero no como aprisionándola, más bien la protegía, su mano era un refugio acogedor, resistía el exterior hostil, su palma consagrada a ese equilibrio redondo, rojo y perfecto, sostenía también frente a su cara ardorosos deseos de morderla, de apoderarse de ella en mordisco despiadado, mortal. Ser que pertenece a otro ser y será destruido, consumido, devorado. Siendo antes vendido, comprado, liquidado. Ser esclavo que mira a otro que con él trafica. Manuel observó la manzana pero al hacerlo observó algo de sí mismo, quizá sus miedos, sus desfogues, sus necesidades… Manuel se sintió esclavo con hambre, salivó un poco y su lengua se retorció en un espasmo doloroso, cortaron las cadenas de sus pies, lamió sus dientes y después cedió, apoderado por completo de su atroz deseo, se entregó a ese estímulo redondo y rojo, su tentación lo condujo hasta la ceguera, hasta la violencia. Su mandíbula se abrió hasta el límite, desbordándose, no hay vuelta atrás en el camino hacia la satisfacción de aquel que se dedica únicamente a buscar, sintió como sus músculos tensionados se excedían, cual adictos desbordados por el feroz placer, quiso comerla de un solo mordisco, abarcarla plena, porque así se sentía poseerla absolutamente toda, enterita en mí sin mutilaciones ni demoras, cuando la manzana no pudo pasar más allá por entre los dientes que la detenían como barrotes, Manuel la empujó con los dedos y fue cómplice y culpable de la fuga, su tímpano reventó al momento en que la manzana abrió mas de lo posible la mandíbula, los oídos no aguantaron la presión, fue una olla hirviente, Manuel aulló de dolor, encarnizada corriente eléctrica que saturó de descargas su sistema nervioso, una cruel tortura, pero pasó la masa roja a través de los barrotes y llenaron la boca su total redondez, su virginidad, inútiles colmillos pretendieron atravesarla, pero intentar fuerza alguna solo resultaba en intenso dolor, morder era a la vez sadismo y masoquismo, respirar se le dificultaba y de sus oídos brotaban chorros de sangre, la manzana lo ahogaba y el seguía como protegiéndola sin poderla aprisionar.
Duele la mandíbula rota, desgarrada, bloquea esófago por el que no pasa el aire de tu nariz congestionada, difícil inhalar, mareo, síntomas de asfixia, aceleración del ritmo cardiaco, sangre que se baja de la cabeza y te quedas blanquito, pálido Manuel. Fue tu culpa, tu remordimiento, tu ego, quisiste masturbarte eternamente Manuel, corazoncito a tope, y por último, lento decaimiento del ritmo cardíaco, desvanecimiento de los sentidos, sonidos ahogados, perdidos, luz que luego de un destello blanco se torna oscuridad, piernas que se aflojan, cuerpo al piso Manuel, al piso.
Al morir nos percatamos al fin de violencia con que somos asesinados, los golpes nos aleccionan pero nos hacen mas fuertes, nos dan el rencor bendito, único escape de esperanza, que nos guiará, iracundos hacia la venganza. Alguna gente no come tan bien, otros desperdician, no los perros ni las ratas, los hijos de los ricos que se meten las manzanas enteras a la boca, seducidos por el pecado, curiosos del infierno, las apariencias engañan, tramposamente alimentados.
Manuel quiso morder la manzana que lo consumía, comprendió demasiado tarde la necesidad de la violencia contra aquellos que traspasan los barrotes. Manuel no sintió hambre, ni nunca la había sentido, era de una raza de sangrientos guerreros ciegos a quien pertenece la voluntad de los esclavos.
No era un sueño, nunca despertó.