miércoles, abril 15, 2009

Universidad Pedagógica Nacional
Facultad de Artes
Pedagogía II Semestre


¿Qué es Patrimonio?

“Toda esa gente parada que tiene grasa en la piel, no se entera ni que el mundo da vueltas”
Podríamos sonreír pero eso implicaría tener que dejar de intentarlo, para hacerlo de verdad.
Feliz matrimonio de cemento o tinta entre el pasado y el presente, anzuelo del tiempo, perpetuación del espacio, canonización de alguna intención perdida en la liquidez irrefutable de nuestra naturaleza antinatural, huellas de pasos que ya dimos en la arena, podemos percibirlas y pretender que existen, pero nos ocultamos temerosos, tras la cortina que hacemos con las palmas de las manos: el inmenso mar de ira, que tarde o temprano crecerá y revolcara la playa, eliminara por completo nuestro rastro, pues aunque este es la muestra palpable de un proceso que nos (digamos…) soporto por algún tiempo, constituye también una falsa noción de atemporalidad que terminara por saturarnos de historia, el deseo tan de humanos y ratones de aferrarse a las cosas guiados por el ciego e insensible placer de poseerlas, afirmamos que incluso la música nos pertenece, la tenemos apiñada en un mueble que combina con el color del escritorio, de las cortinas, de la soledad con que nos abandonamos al mundo, con el color de nuestra depresión, de nuestra inercia extraviada en la rutina, y los relojes no se detendrán para darnos tiempo de sentir lo que jamás sentimos, pretendemos no aceptar lo inevitable: desapareceremos, no importa cuántas veces retrocedamos los relojes.
En nuestro afán por permanecer y pertenecer, aprendimos a dejar de sentir, creamos el lenguaje y después nos encadenamos a él, malditas palabras acostumbradas, predecibles, malditos te amo chiquita, malditos esto durara por siempre, maldito hasta que la muerte los separe. Somos desagradables, tememos lo que conocemos, tememos a lo único de lo que podemos estar seguros, pero tememos también a las calles oscuras, despreciamos con antipatía su inseguridad, la tememos a la noche, nos mentimos y ya lo olvidamos, tenemos miedo a morir, la muerte nos agobia pues hicimos de ella un acto sucio, le infundimos dolor y lagrimas, pero ni siquiera eso lo sentimos de verdad, encerramos nuestros cadáveres en cadáveres de troncos, nos amarramos a la vida con lazos de plástico que bombean oxigeno, por procurar preservar durante largo tiempo nuestra existencia, nos transformamos en maquinas de enfermedades, de peligros, de lagrimas de madre preocupada, dejamos de existir. No queremos hacernos daño porque esto representaría perder tiempo en la absurda carrera que nos devora desde que nos insertan a la fila de difuntos en procesamiento que diseñó la siempre inteligente humanidad, carrera sin rumbo, forzamos el proceso, tenemos afán, queremos vivir mucho y dejamos de hacerlo por completo.
“Cuando estaba presente, Andrei Efímich se sentaba en el diván, de cara a la pared, y escuchaba apretando los dientes. En su alma se iban depositando capas de un sentimiento de resquemor, y después de cada visita de su amigo sentía que el resquemor iba subiendo, hasta llegarle a la garganta. Para acallar los sentimientos mezquinos, trataba de pensar que él mismo, y Jobótov, y Mijaíl Averiánich, acabarían por morir tarde o temprano, sin dejar en la naturaleza la menor huella de su paso. Si dentro de un millón de años pasaba junto al globo terrestre, en el espacio, un espíritu, lo único que vería sería tierra y rocas desnudas. Todo -la cultura y las leyes morales- habría desaparecido; no crecerían ni siquiera cardos. ¿Qué importaban la vergüenza ante el tendero, el minúsculo Jobótov, la pesada amistad de Mijaíl Averiánich? Todo esto no era más que un absurdo, tonterías.Pero tales reflexiones no le servían ya de nada.Apenas empezaba a imaginarse lo que sería el globo terrestre dentro de un millón de años, cuando de detrás de una roca desnuda aparecía Jobótov con sus botas altas, o Mijaíl Averiánich con su forzada risa. Hasta creía oír un murmullo avergonzado: «La deuda de Varsovia, querido, se la pagaré uno de estos días... Sin falta.»”
Fragmento de “La Sala Numero Seis” de Anton Chejov
Danos señor un descanso eterno?, desfallecer con la tranquilidad de dejar un legado a la eternidad, cuando ni siquiera llegamos a percibirla, vivimos limpios, tememos ensuciarnos, la limpieza de los limpios abogados, no es mas que su propia mentira que se esconde bajo un vidrio empañado por el vapor de sus duchas calientes. En ese caso, yo me regocijo de mi suciedad, me baño en ella, suciedad purificadora, que me alivias de sus perfumes y de sus hipocresías, de sus tediosas reglas de etiqueta, de su afán por permanecer y de sus zapatos de charol. Saldrán apresurados a la calle pretendiendo vivir mucho, aparentan que son felices y que sus mascotas también lo son, a veces, en las noches de insomnio, observan a su lado izquierdo la cara de su esposa regada en la almohada, escuchan entre el silencio de gemidos ausentes sus ronquidos ahogados, el frio metal esperara con paciencia su turno en el cajón de cubiertos de la cocina y como la noche se hizo para descansar, no podrá dormir, se la pasara intentando sonreír, al día siguiente, se levantara, la saludara y ataviado hasta el cogote con la espuma del champú se dará cuenta de lo difícil que es.

Que no brille para ella la luz perpetua.

David Santiago Rodríguez De Vega

1 comentario:

David dijo...

Fue el medico falso en el hospital le dio a Maradona la droga fatal.