jueves, abril 30, 2009

TresResumen y un ensayo sin ensayar. Evidencias de la mera mera educación.

DAVID SANTIAGO RODRIGUEZ DE VEGA


El se resbalo delante de mí, no fueron las anfetas fueron los hombres de gris.


El dormía en un andén, esas aceras que fueron diseñadas para caminar, ella lo levanto y le dijo que cogiera el bus, que ella cogía otro, que no se durmiera, que llegara a su casa y sirviera tinto, que escribiera lo que tenía que escribir para mañana.

Se levanto del cemento helado y en un estado de somnolencia que se asemeja a los inexplorables efectos del opio, se agarro de la manija y trepo a la maquina, paso la registradora sin marcar y pago con el billete de mil que tenia, lo único que les quedaban eran dos mil pesos, el cogió mil y ella el otro billete con la cara de Gaitán, que se quedo abajo viéndolo partir.
Se sentó en un puesto vacio y oscuro, del lado de la ventana, si se quiere: una serie de errores consecutivos, si no, un rumbo extraviado en la noche que se le ocultaba misteriosa. Su mochila negra golpeo el piso metálico de la bestia motorizada, con ella unas gafas de miope, una cajetilla de peches, cepillo de dientes sin estrenar adquirido vergonzosamente en un motel un Viernes Santo y algunas letras: Así Hablo Zarathustra del buen Friedrich, alguna recopilación de buenos cuentos de Mujica Láinez, Bioy Casares, Axpe, Greene, Bradbury, O’brien y hasta García Márquez, Una comedia griega “Los Caballeros” de Aristofanes, La Risa de Bergson, vaya mala compañía y una reescritura del articulo La Escuela en el paisaje moderno o algo por el estilo, que fue presentado por unos argentinos en un seminario en el noventa y tres. Saco estas últimas copias y se entrego a la tediosa tarea de leer en un bus oscuro, vibrante y caluroso, el resultado no podía ser otro: La infinita modorra se apodero de él y cayo dormido contra la ventana.
Seguramente en este periodo de pernoctación su cabeza produjo alguno que otro sueño interpretable, sin embargo, no poseemos registros de este, puesto que él no se acuerda que soñó, a pesar de lo cual, aseguró que fue un sueño excitante y provocador.
A mitad del camino se incorporo y pensó: Maldita sea, si me sigo durmiendo me voy a pasar. Intentó continuar con la lectura pero fue imposible, el bochorno lo debilitaba, ¿Desde cuándo en Bogotá montar en bus parece Cali? ¡Cojones! Demente y calentón globo terráqueo.
Cayo nuevamente abatido por el peso del día entero en sus parpados, sin reloj, sin teléfono, sin hombro donde recostarse paso dormido algunos metros distante de donde se suponía debía bajar.
Cuando se levanto vio tierra y tiendas cerradas, sintió el bus vibrante debajo de sus nalgas entumecidas y dormidas, observo a su alrededor, ni un alma, siguió el procedimiento común: Se puso de pie, se tambaleo por el pasillo, a pesar de la inmovilidad del bus que permanecía estático en la mitad de una calle en la mitad de la nada, timbro.
Timbro con más fuerza, no obstante, el timbre no sonó más duro.
Timbro, timbro y ante la puerta quieta que se mantenía cerrada se fue desesperando poco a poco, no estaba del todo despierto y fue una víctima fácil para el pánico depredador que se apodero de el cómo la escuela de la educación. En breves instantes y con una pesadez de muerte que le zumbaba en el coco arrastro hasta su encierro un justo razonamiento:
Que la puerta del bus no abría, porque el timbre funcionaba pero nadie lo escuchaba.
Ante la ausencia de sociedad el instrumento de comunicación perdió su sentido y su validez y se vio reducido a un simple Fiiis! Fiiis! Que solo escuchaba el comunicante.
Pero su claustrofobia no fue tímida y comenzó a gotear salada por su frente ante cada timbre sordo que nadie oía, miro las ventanas, quiso saltar, pero pensó en la adaptabilidad social que debería tener como actor de la comunidad, como célula y parte de un eco sistema lleno de pavimentos y motores que transportan, de letras y caratulas que también transforman, recordó que se durmió, que ella le dijo que no se fuera a dormir, el sabia en el fondo que eso era inevitable, lo supo siempre, lo sabía con exactitud desde que ella le dijo que no se durmiera, pero confiaba en que alguna casualidad azarosa lo levantara algunas cuadras antes de su destino, el azar había cumplido su parte, pero con demasiada anticipación, por eso se había vuelto a recostar contra la ventana. Ahora no podía saltar por la ventana, eso no hace la gente común.
Un bus es un lugar horrible, la gente se transforma en inertes masas de inexpresividad y las ventanas reflejan un mundo tan de mentiras que cuesta creer que sea verdad. Pero un bus vacio a mitad de la noche en la mitad de una calle a mitad de la nada, con un inexplicable motor prendido y una oscuridad de pura muerte era un lugar tres veces mas horrible, extrañaba esa gente, extrañaba esa inconsciencia colectiva extrañaba esa fe rotunda por el mundo como es, como me lo instauran cuando nací, pero no la extrañaba realmente, era mas bien como una mezcla de claustrofobias y soledades que repercutieron en acciones de liberación instintivas. Que rayos importaba si saltaba o no por la ventana, igual no había gente y a pesar de eso, la normalización lo aturdió y se dirigió confuso hasta la cabina buscando el medio de abrir la puerta, pues las puertas están hechas para salir por ahí, no las ventanas, las ventanas son para que no de calor y para que el bus se ilumine, sin embargo, el sentía calor, todo estaba oscuro y no podía salir.
Se encontró con un timón como de barco, una palanca de cambios y un hongo blanco que se desprendía del cuerpo de la maquina, intento arrancarlo pero este se encontraba fijo al chasis, entonces lo hundió, lo empujo y de este modo un sonido TSSS… roció el bus, supuso que la puerta se había abierto y camino por el pasillo, dados tres pasos se percato mediante sus sentidos cansados de varias cosas que no transcurrían con normalidad.

-La puerta estaba cerrada a pesar del TSSS…
-El bus empezó a rodar lentamente acelerándose hacia atrás.
-Atrás del bus esperando el choque de la gran masa que rodaba se encontraba nada mas y nada menos que una patrulla de la policía.
-Alguien afuera del bus grito: El bus! El bus! Policia!
Tras estas situaciones que se interponían ante su plan por abandonar el vehículo y por el contraria lo hacían todo mas complicado, reacciono instintivamente, retrocedió hasta la cabina y halo el mismo hongo blanco que antes había espichado, para su fortuna, el bus se detuvo sin impacto alguno, para su infortuna nadie noto eso. La puerta se abrió y una chaqueta verde brillante se adentro en el bus, empuñando una pistola negra que lo golpeo fuerte en el huesito de la mitad del pecho, donde se resguarda el ego, la adrenalina, el corazón rimbombante y la marihuana que le corría por las venas le ocultaron la sensación de dolor, que minutos mas tarde se apoderaría de el para no dejarlo dormir. El hombre de la chaqueta saco una esposa y la aseguro a su mano, después el otro extremo a la baranda del bus, la baranda del bus se hizo para sostenerse en vez de caer, el hombre siempre tan sospechosamente contradictorio transformo el uso de su invención, encadeno a otro hombre a la branda del bus y le grito con la autoridad que uno se gana luego de recibir por años los mismos gritos y los mismos golpes:
Que se quería robar el bus este hijueputica.

Empezó el diarreico proceso de justificarse ante la autoridad competente.
Que me había quedado dormido, que estudiaba, que había querido abrir la puerta, que como carajos me iba a llevar el bus si ni siquiera podía sostenerme en una bicicleta, que me había pegado durísimo hermano, que todo bien, que si me llevaba, después prendieron las luces, abrieron las puertas y por fin sintió frio, se subió otro policía y un flaco de camisa blanca que le dijo –Chino, se salvo de no pegarle a la patrulla o si no le hubiera tocado comenzar a pagar patitos.-
Se soluciono el malentendido la baranda del bus fue liberada del hombre y el mismo bus que lo aventó lejos de casa lo devolvería por mismo camino, todos los buses de la ciudad son cíclicos. Todo lo que no respire es un bus en potencia, la gente ya a mecanizado hasta el aire que emana, benditos olores fétidos que nos recuerdan las fosas nasales, saco las copias y se puso a leer, ya no tenia sueño, quien carajos iba a tener sueño después de semejante susto. Leyó y sintió el dolor del golpe, vio la ventana del bus tan absurda, tan desagradable, tan cómoda para dormir, los miro poseídos por una fuerza que ni siquiera el podía controlar, los miro adaptándose, socializando, en sus zapatos de goma y sus jeans sucios, pensó: Cada vez los detesto mas, bichos inservibles.
Llego a su casa, prendió la estufa, hizo tinto y se lo tomo, también hizo agua e’panela porque el tinto estaba muy agrio, se sentó a escribir y no tenia nada mas en su cabeza que el golpe en el origen del ego, le dolía, sangraba, pero el señor policía tenia derecho de hacerlo, que tal el hubiera sido un ladrón de buses, que tal el hubiera sido un asesino en serie, que tal hubiera sido un muchacho refundido en el mundo de las drogas y las siestas en lugares indebidos. El golpe y el tinto no lo dejaron dormir, por eso logro escribir algo.
Termino de escribir se levanto y se miro en el espejo, vio una cabellera prolongada hasta los hombros, criada en los años sesenta, pensó en Keith Richards, en su guitarra endiablada. Vio sus anteojos de miope y un arete de su hermana que le colgaba del oído, un saco, de lana porque protegía del frio, azul porque quien sabe que diablos hagan las ondas de la luz, su torpe reflejo no se distanciaba del todo ante la imagen absurda de la ventana del bus, ante la chaqueta verde brillante, ante la pistola que lo golpeaba en la mitad del pecho, ante la maquina absurda que fue a la vez: seno materno de reposo, reprensión paterna, oscuridad juvenil, claustrofobia rodante. Se acostó en la cama y cerro los ojos, esperando el demorado amanecer, el tinto ya no lo dejaba dormir y Charly sonaba suavecito en la grabadora. Dios es empleado en un mostrador, da para recibir…


Ya se había acostumbrado por inercia a la castrante educación.

DAVID SANTIAGO RODRIGUEZ DE VEGA


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