domingo, junio 28, 2009

Capitulo Primero de un texto que no parece tener muchos amigos...
El día que dimos el golpe era el último jueves de clases, se efectuó un ferviente juramento en un salón oscurecido que presencio sin quejarse la ilustre desnudez de una veintena de jóvenes descarrilados por completo del buen camino de títulos y facilidades económicas que les ofrecían sus padres al matricularlos allí, en el templo del conocimiento único e innato de los “hombres con bata”, si, solo de los “hombres” con bata. Verte surgir inmenso y blanco, con algunos verdes y cafés que nada tenían que ver con los ladrillos mercedianos, ver tu amanecer apoteósico por entre las terrazas, cuando el frio viento nos devoraba (¡que curioso!) los pies y las extremidades inferiores, nuevamente te habías quedado de la ruta en la mañana davisito, nuevamente te demoraste demasiado en la regadera (la tempestuosa y siempre agitada llegada de situaciones nuevas e inoficiosas ocasionadas inminentemente por el maligno descubrimiento del pecado, y este a su vez producto de Lucifer maldito y del arrimo del patas a precisamente las patas de la cama de algún adolescente embadurnando su pijama durante el periodo de pernoctación), nuevamente te fuiste sin desayunar, nuevamente entre a tu cuarto antes de salir a trabajar, nuevamente tuve miedo de verte perdido, de saberte solo y excedido, nuevamente llore y nuevamente puse las pastillas en el chocolate, tu hermana no toma chocolate y tu siempre te tomas mi taza, solo la dejas ahí intacta cuando tienes que salir corriendo, sin desayunar, cuando tomas el bus en la séptima, fastidiosa y carente de metro (aun) arteria de la ciudad, cuando te levantas de tu silla y tocas el timbre, en la calle 34, ahora igual pero antecito, pero es la misma, ella persiste, venenosa, rata infalible, no triunfó, se equivocan, triunfa, y si hay que entrar a ella para destruirla, si no nos ensuciamos no tenemos nada que limpiar, y otra vez subir la callesita 34 de mis sueños, y otra vez tarde y otra vez adonde Olinto (esa oficina no es tuya, ¡pelos necios maricon!) y otra vez y otra y otra, y después…
El lugar del que les hablo reconocido por su holgura y su altivez, de buen nombre y honorable historia, fue llamado hasta ese día San Bartolomé La Merced.
Aquí empieza nuestra historia.

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