Ayer soñe que venía caminando al trabajo en caluroso día, todo resplandecía más de lo normal, la orina de los perros que se estrella contra los arboles, la saliva en las lenguas de las muchachas que remojan sus labios para provocar, todo brillaba esos colores innombrables, nada lucía cotidiano, nada parecía real, todo lo era. Subí las escaleras del palacio de justicia y más turbaron mi cuerpo las miradas de la gente, esa sensación de entrar a un lugar donde empiezas a tener secretos. Sentí en mí la culpa y agaché penosamente la mirada, saqué de mi bolsillo el carnet y marqué en la máquina registradora que hay a la entrada, al empujar el torniquete quedé apretado en contra de muchas personas, estaba el bus estancado en mitad de una congestión, iba tarde al trabajo y una mujer rubia apoyaba las tetas sobre mi mano que agarraba la varilla, algunos hombres cruzaron miradas y sentí que iban a robarnos, yo tenía en el morral la plata del arriendo, entonces caminé desesperado hasta la puerta empujando a la gente que gruñía, al llegar al trabajo uno de mis compañeros propuso que apostaramos cinco números en la lotería, si ganamos, dividimos el dinero y cada uno se queda con seis mil millones el equivalente a trescientos años de nuestro actual trabajo. Me desperté en el bus, habían abierto el morral y robado la plata del arriendo. A partir de hoy juego siempre cinco números.
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