Y si vas a la derecha y cambiás hacia la izquierda, adelante. Es mejor que estarse quieto, es mejor que ser un vigilante. Si me gustan las canciones de amor y me gustan esos raros peinados nuevos ya no quiero criticar sólo quiero ser un enfermero. Y si trabajás al pedo y estás haciendo algo nuevo, adelante. Y si cantas a la luna y perdés la vida en un instante, si luchaste por un mundo mejor y te gustan esos raros peinados nuevos no quiero ver al doctor sólo quiero ver al enfermero. Dame un poquito de amor no quiero un toco. Quiero algo de razón, no quiero un loco. Apagá el televisor. Si lo que te gusta es gritar desenchufa el cable del parlante. El silencio tiene acción el mas cuerdo es el más delirante. Me gustaban las canciones de amor me gustaban esos raros peinados nuevos de chiquito fui aviador, pero ahora soy un enfermero.
Escapo de la vida para verme con ella, se convierte en una penosa necesidad andar acudiendo a esas citas clandestinas, de la luz que juzga nos refugia el ancho mar de gente, como único testigo la ciudad de los pibes sin calma, este velorio urbano sin mar ni carnaval, ahorita me ví con ella, quedamos en una casa del centro, la casa de uno de sus amigos, estaba toda desordenada y cargaba una biografía de Robert Nesta Marley Booker, había unos audífonos reposando sobre el teclado como diciendo escúchate a ti mismo, sopórtate tu ruido para después obligar a los demás a que lo escuchen, sonreía, en vez de puerta tenía un colchón en un hueco de la pared, un tablero de ajedrez imantado. La mañana que la conocí tambien jugamos ajedrez, fue en la escuela, durante el tiempo de recreo, las partidas se convertian a juegos ilegales con el sonido del timbre. ¿Apuestas? me preguntó, cuando faltaban cinco minutos para el fin del descanso, aposté mi vida. Eso la sedujo, aún no sé si me dejo ganar. ¡Gané el derecho de perder alguna vez contra ella! Al día siguiente vino y ganó. Fueron meses seguidos de verme con ella diariamente a escondidas, en el baño, en el bosque, incluso entraba ella al salón de clase, tantos profesores que me vieron alarmados con ella, no pudieron hacer otra cosa que quejarse con los curas. Hace rato que no la veía, mientras esperaba sentado en la cama pensé en volcar toda esta violencia que me blinda y que me invade hacía mi. Durante años había intentado escribir lo que no compartía de los demás, lo que repudiaba, pero en ese momento, mientras esperaba ansioso las llamas de su inquisición, quise dejar de hacerlo, quiero ahora reventar contra el papel todos mis defectos y estrellar mi autoridad a mi utopía, hoy jugamos de arriesgada manera, todos nuestros hombres salieron a matarse, empezaron a rodar tablero abajo hasta la cama. Creo que me equivoqué demasiado, pero ella no quisó dejarme ganar esta vez.
Siempre que le gano, me alejo pensando contento en que puedo definir el juego del ajedrez con palabras como si lo comprendiera absolutamente, cuando pierdo me voy creyendo que sé como se debe hacer todo para ganar.
Los empates me dan sed.
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