lunes, agosto 08, 2011

Padre y Siniestro Señor

El reloj desesperado se prendía de su muñeca izquierda, los dedos empuñaban la manija del maletín, adentro, papel plagado de repeticiones, de órdenes alternos. ¿Se puede decidir plenamente sobre estadísticas? ¿Realmente es correr un riesgo arrojarse con prisa sobre las mismas veintisiete letras? No era temprano pero nadie le iba decir que era tarde, nadie iba a reprocharle ser como era.
Vestía impecablemente y lavaba su cabello a diario. Envejecía pero le consolaba la idea de escribir una suerte de autobiografía, en ella confesaría que había vivido feliz, que cuando joven pensó en combatirlo todo, en repartir, pero se dio cuenta de que hay que aferrarse al medio y crecer en él, ganar poder para decidir, sacrificó entonces el tierno ímpetu revolucionario, se anticipó inteligentemente a la desgracia de pasar hambre. Aprendió como comprar la palabra, ciertos obstáculos jamás pudieron volver a detenerlo.
Así quiso a su familia, a su esposa y a sus dos hijos, así compró lo que ellos necesitaban. Difícil creer que eso no le hacía feliz, que no vivía satisfecho de su envidiable realidad. ¿Qué más se puede pedir sino el placer de hacer lo que te gusta? ¡Que más sino poner en la boca de los que quieres el pan cada día! Ese incesante progreso, ese deseo de estudiar permanentemente, de nutrirse. Confiaba en la academia, sabía que en ella encontraría el desarrollo de la civilización, levantaba su frente y erguía el pendón de la razón y las buenas costumbres. No estaba tan erguido cuando entró a la universidad, cuando se sentó en el escritorio y esperó dos horas hasta que terminó el examen, uno por uno le llevaron sus respuestas, sus intentos, sus ilusiones profesionales, sus yerros. Bebió del pocillo otro sorbo de cafeína, un poco por reflejo, por necesidad, pero también para disimular cualquier impulso sexual, sus estudiantes eran jóvenes, la sangre corría con adrenalina por esas arterias, por esos pómulos enrojecidos, por la espalda, por el arpa, por las rodillas húmedas y relajadas, esa tensión de las caderas, por esos muslos blancos como frágiles, por ese anhelo de romperla, de hacerla gemir hasta el llanto. Pero lo ocultaba toda tentación tras el estimulante negro. Debía guardar su imagen, mantenerla a buen nivel, era consciente de que su bienestar dependía de ella, su convivir cómodo con el entorno, el techo de sus hijos. Por eso acogía con respeto las enseñanzas del catolicismo, aunque se presentaba como católico y justificaba de ese modo sus nexos familiares se permitía dudar y juzgar las acciones de las autoridades religiosas, le asqueaba la pedofilia en la iglesia pero los había bautizado bajo esas mismas manos, aún pretendía regir sus vidas, se llenaba la boca argumentando porqué era buen padre, buen esposo, lo era porque sus ganancias económicas estaban dispuestas a ostentar su perfecta vida matrimonial. Se contuvo de mirar la cola de la última estudiante que salió del salón. Al terminar su café y ponerse de pie un estudiante entró al salón con la cara pálida y horrorizada, iba de su mano una niña de unos cuatro años de edad con la mirada perdida en el vacío, ella relató macabramente con sórdida frialdad como su padre la había insultado, golpeado, torturado y cómo la penetró a la fuerza con un plátano, rompiéndole el himen. El reloj colgado a su muñeca se detuvo. Quiso haber gritado, pero la violencia que lo caracterizaba no tuvo salida de su cuerpo muerto, se limitó a decir que ese acto no se consideraba jurídicamente como una violación. Siguió estudiando derecho hasta la muerte, siguió convirtiendo a sus hijos en adictos al deseo reprimido, tuvó el dinero para comprar un piano a su hijo mayor, nunca el tiempo ni las ganas de sentarse a su lado para jugar a la música, si el tiempo, las ganas y la voluntad de bautizarlos en la culpa católica, siguió yendo a la iglesia, siguió asqueándose de la pedofilia, siguió enviciado al tinto, nunca escribió su autobiografía, desde aquel día no volvió a fornicar con su esposa.

De Vega murió de viejo, su cara lucía petrificada en una expresión de tenaz remordimiento.

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