lunes, noviembre 17, 2008

Asi fue que murio Doña Esperanza Rios...

Cuando la vieja se encadeno con su perra a una de las varillas de la casa, dicen que tomo el teléfono, arrojo una carta por la ventana y llamo para mandar a tumbar la casa, cuando llegaron los remolques nadie se percato del interior del recinto, tumbaron la casa con la vieja adentro y nadie se dio cuenta. Fue hasta tres años después cuando para levantar un edificio nuevo, encontraron un papel indescifrable, una quijada y lo que parecían tres colmillos de perro muerto.
Así fue que murió doña Esperanza Ríos, viuda y asesina de tres maridos, sin hijos.
Padeciendo las ultimas estrofas del himno que fue su vida, rematándose en la soledad, solo apoyada con la fiel pero engañosa compañía de Frida, su animal, una noche la siguió hasta la casa bajando por la calle húmeda, la perra durmió en el tapete de la puerta y al amanecer doña Esperanza Ríos bajo con agua y carne cruda, la hambrienta bestia devoro el suculento manjar, ese día entro a la casa para nunca mas salir.
La vieja le pertenecía a la antigua casa blanca de la calle de las lloviznas, huerfana y solitaria, heredo la casa de su primer marido, un apuesto francés que compro los terrenos para construir una "gigantesca e intumbable casa blanca", Doña Esperanza Ríos trabajaba en aquel entonces en la esquina de la calle de las lloviznas vendiendo diarios y cigarros. Una mañana de Noviembre cuando se refugiaba de la lluvia bajo un árbol de mamonzillos maduros se percato de la casa en construcción, su mirada se mantuvo fija en las rejas de las ventanas por algunos minutos, pregunto por el dueño de esa casa y así, de ese modo, la antigua casa blanca recién construida la escogió a ella y solo a ella, para que viviera en su amplia sala y para que llorara en su patio por las noches, la casa ya sabia que Doña Esperanza Ríos se iba a terminar encadenando a la varilla de la escalera, por eso la escogió a ella. Para que ambas fallecieran juntas, abriéndose así, mutuamente el paraíso de la mortandad, la gloria de lo finito, no querían sostener la condena de lo eterno, de lo infinito, inmortalidad maldita.
El dueño de la casa era el ingeniero Ian Montpellier, rubio, alto y apuesto. Doña Esperanza Ríos lo detuvo un día por la calle de las lloviznas, lo sujeto del brazo y comenzó a bailar un tango arrebatado, el ingeniero sorprendido, se tomo tres segundos de perplejidad y después siguió con gran maestría el ritmo que su pareja le proponía, duraron varios minutos bailando y después se besaron. se casaron a las tres semanas por lo civil, vivieron un año juntos en la casa, dicen que una noche se oyeron alaridos de hombre en el interior de la gran casa, el siguiente día, Doña Esperanza Ríos organizo un gran asado e invito a todos sus vecinos y allegados, excuso la ausencia de Ian Montpellier diciendo que habia vuelto a Francia para acudir al entierro de su madre, el único que se percato de la mentira fue Antonio Rueda, el panadero, el había conversado con el ingeniero antes de que lo conociera Doña Esperanza Ríos, por esto estaba muy bien enterado de su huerfandad, no concebía entonces la idea de que el fuera a Francia a enterrar a una madre que no existía, el día del asado Antonio Rueda fue el único que no comió carne, alegando que había un cierto olor a perfume extranjero en el alimento.
Nadie volvió a saber de Ian Montpellier, tiempo después Antonio Rueda entro a la casa de la vieja, preguntándole por el paradero de su marido, ella confeso despreocupadamente que lo asesino, lo trituro y lo sirvió en el asado que dio. Antonio Rueda intento salir despavorido de la casa pero Doña Esperanza Ríos lo detuvo de un grito, cuando el se volteo ella estaba desnuda en la sala, nadie supo jamas, que extraña sensación le habrá producido al panadero la desnudez pura de la vieja, pero Antonio Rueda no volvió a salir de la casa, dicen que se caso con la vieja, fue su segundo marido, solo se conseguía verlo puntual todas las medias noches asomándose por la ventana con una sonrisa falsa que le llenaba la cara de espantos.
Antonio Rueda murió envenenado.
El tercer marido de Doña Esperanza Ríos, llego por si mismo a la puerta de la antigua casa blanca, golpeo tres veces a la puerta, y cuando la vieja abrió, este le propuso demoler la casa y construir un edificio encima, ella acepto solo a cambio de que el le pidiera matrimonio, el tercer marido acepto inmediatamente, se casaron esa tarde y a la mañana siguiente, el tercer marido fue encontrado colgado con una sabana llena de sangre que salia por la ventana, entre las rejas, cuando llego la policía el cadáver había desaparecido, algunos vecinos aseguran que la vieja dio de comer el putrefacto cuerpo a una perra callejera que la siguió una noche, mientras caminaba con algunos diarios debajo del brazo por la calle de las lloviznas hacia una casa blanca que antes había allí, en esos escombros que huelen a carne.

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